El Reno blanco de Santa Claus

Había una vez, en una de las llanuras de Finlandia, un pequeño Reno blanco como la nieve. Se encontraba en medio de su familia reunida listo para ir en el trineo, observaba a su vez grandes renos y a Santa Claus.

Él se acercó a Santa Claus, deslizó su cabeza debajo de su guante y le preguntó:

Por favor, ¿puedo ayudarle?

Sonrió y mientras se retocaba el gorro de papá Noel le explicó:

Esta noche de Navidad sería demasiado larga para ti… Creo que por esta vez, estarás mejor aquí!

El próximo año, podrás venir conmigo! Añadió el jefe de los renos.

¿El año que viene? suspiró el reno blanco pequeño. ¿Tengo que esperar un año más? ¡He estado esperando todo este tiempo para el gran día de hoy! ¡Es injusto!

Con lágrimas en los ojos y con cara de tristeza miró el trineo como poco a poco se iba alejando. El gorro de navidad que llevaba Santa Claus, pronto se convirtió en una pequeña estrella roja en el horizonte hasta el momento de desaparecer por completo.

Otros pequeños renos que se habían percatado de lo que había sucedido entre Santa Claus y el reno le invitaron a jugar, pero el desistía con la cabeza mirando al cielo.

Bajo la claridad de la luna, los árboles brillaban vestidos de nieve maravillosamente.

De repente, el pequeño reno blanco vio algo en el pie de un árbol.

¡Un regalo! ¡Se ha caído del trineo un regalo! –exclamó el reno.

Con mucho cuidado levantó el paquete del suelo y caminó siguiendo los pasos del trineo.

Mientras seguía el camino hecho por los patines del trineo de Santa Claus, pisó sin querer unas placas de hielo. Resbaló y se cayó junto un árbol decorado con pequeños gorros de navidad de todos los colores.

Medio aturdido, parpadeo sus ojos, se puso de pie rápidamente y dijo:

-¡No! ¡He perdido el paquete!

¿Y el regalo? ¿Dónde está el regalo? Gritaba mientras con la mirada buscaba por el alrededor.

Se subió encima de una roca grande para ver si lo lograba encontrar, pero no veía nada a primera vista.

¡No puede haber ido muy lejos! Gritaba para tranquilizarse.

De repente, detrás de un arbusto cubierto de nieve ahí estaba.

Dando saltos de alegría fue a por él.

Rápidamente tomó nuevamente el viaje entre el bosque hasta que atravesó la llanura blanca. De repente, al final de la llanura observó un pequeño pueblo iluminado por unas farolas muy antiguas, las cuales emitían una luz muy tenue. 

Al adentrarse en él, las calles estaban silenciosas, las luces de las casas estaban apagadas y no se escuchaba absolutamente nada. Parecía que los habitantes del pueblo estaban todos dormidos o que habían desaparecido por arte magia.

La luna, como si de un gran ojo se tratase, parecía supervisar el trabajo del reno.

De repente, al doblar una calle… ¡Ahí estaba!

Por fin encontró a Santa Claus, con su gran gorro navideño tan característico y rodeado de sus compañeros los renos. Parecía que todos estaban haciendo la misma cosa. Estaban todos concentrados buscando algo alrededor del trineo pero parecía que no estaban teniendo mucha fortuna.

Al acercarse a ellos les saludo con un intenso pero suave ¡Feliz Navidad!

 Santa Claus se dio la vuelta y con una sonrisa en la cara dijo:

¡Vienes con el regalo!

¡El regalo que estábamos buscando! ¡Por fin podre entregarlo a tiempo!

Santa Claus sabía perfectamente cómo agradecerle semejante proeza, ya que sin la entrega de ese regalo, se iba a quedar un niño sin semejante sorpresa.

Se quitó el guante y acarició suavemente la cabeza del pequeño reno mientras le colocaba su gorro papa Noel.

Cogió el regalo y se adentró en las casas para seguir repartiendo felicidad. El resto de renos, felicitaban y vitoreaban la valiente actitud que había tenido el pequeño reno, y le animaban para que el año siguiente les acompañara.

Una vez realizado su cometido, el blanquito, como así lo llamaban sus compañeros, regreso a casa, esta vez con la cabeza bien alta y lleno de orgullo, contando las horas para la próxima navidad.

Al pasar por el árbol con el cual había chocado, recogió todos los gorros navideños que se encontraban en el suelo y los colocó en su correspondiente rama, no sin antes guardarse uno para colocarlo en la chimenea.